América Latina: Ante el espejo

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Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Los golpes de estado en Honduras y Paraguay y las reacciones de las entidades supranacionales de la región (Mercosur, Unasur, OEA y CELAC) han hecho visible algunas de las tensiones características de la era global que en América Latina asumen perfiles coherentes con las peculiaridades que aportan el subdesarrollo económico y las deformaciones estructurales incorporadas al sistema político.

En Iberoamérica se evidencian las contradicciones entre la globalización y las economías locales, los organismos supranacionales y los estados nacionales y entre los nuevos problemas internos y externos y la ausencia de instrumentos jurídicos y políticos para encararlos. Los gobiernos de la región que apenas cuentan con normas legales e instituciones para lidiar con problemas propios tan primitivos como los golpes de estado y los fraudes electorales, han de adoptar decisiones respecto a lo que ocurre en otros países.
Al crear estas instancias se intenta cohesionar políticamente a gobiernos de derecha e izquierda, oligárquicos y revolucionarios, avanzados y antediluvianos, cosa que funciona cuando se trata de comercio, de la invocación a los próceres o alude a la “unidad en la diversidad” pero que se atasca cuando es preciso adoptar decisiones concretas y trascendentales como ocurrió en el caso de Honduras y sucede ahora con Paraguay.
Mientras en Europa, luego del fin del socialismo real, la homogeneidad política es visible, las instituciones, aunque plagadas de defectos, son estables y predecibles y las entidades supranacionales funcionan con mínimos de coherencia, en América Latina subsiste un mosaico difícilmente homologable donde la cuestión de la independencia y la soberanía nacionales, así como la autodeterminación son asumidas tanto como valores sagrados como utilizados en calidad de figuras retoricas teñidas por la demagogia y el oportunismo.
No es posible soslayar el hecho de que objetivamente la globalización así como la integración y la tendencia de los países a agruparse en organizaciones supranacionales de diferente carácter implica ceder cuotas de soberanía y de autodeterminación. No se puede ser miembro de entidades internacionales sin aceptar las obligaciones que ello conlleva ni hacerlo sólo cuando circunstancialmente convenga.
La cuestión es saber si los preceptos de la soberanía nacional, la no injerencia en los asuntos internos y la autodeterminación son compatibles con clausulas vinculantes relacionadas con la política interna y responder a la pregunta de si están vigentes o no y de qué modo se combinan con las obligaciones internacionales que se contraen. Allá nos vemos.

La herencia soviética en Cuba (Parte V)

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jueves 1 de marzo de 2012

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Mi padre y yo, mis hijos y los hijos de ellos hemos vivido bajo el bloqueo norteamericano que no puede ser comprendido sólo mediante ejercicios de resta y suma. Esa medida de duración y asimetrías abusivas, creó vacios y necesidades no sólo materiales frente a las cuales fue necesario aplicar paliativos.

El bloqueo norteamericano a Cuba, que sumó a todo occidente con la excepción de México e incluyó a las organizaciones financieras y otros organismos internacionales, privó a la isla de mercados, proveedores y fuentes de financiamiento, condicionando el estrechamiento de los vínculos con la Unión Soviética que con una decisiva y voluminosa solidaridad, no exenta de proyección geopolítica, vino al encuentro de la Isla acosada por Estados Unidos.
A pesar de que la Revolución Cubana debutó en medio de la Guerra Fría (1959), cuando eran sumamente intensas las campañas anticomunistas, Estados Unidos no logró el aislamiento del proceso revolucionario que contó con la solidaridad de importantes sectores de la opinión pública, la intelectualidad avanzada y la izquierda de Europa y América Latina y personalidades de los Estados Unidos. Entre esas expresiones ninguna fue mayor ni más oportuna y comprometida que la manifestada por la Unión Soviética, convertida en principal aliado político, además de mercado, proveedor y fuente de financiación para el desarrollo.
En las exportaciones de azúcar, productos agrícolas, níquel y otras materias primas y la importación de petróleo, alimentos e insumos, a pesar de la distancia, las cosas funcionaron aceptablemente; el país colocó toda su producción y recibió precios justos por sus mercancías. Cuba recibió además el armamento y la técnica militares necesarias para su defensa y fue asistida en su asimilación.
No ocurrió lo mismo en el ámbito tecnológico, es decir en cuanto al equipamiento técnico de la economía nacional.
Las afectaciones del bloqueo norteamericano que en la práctica comenzó a funcionar desde el año sesenta, se reflejaron inmediatamente en el suministro de materias primas, insumos, repuestos, equipos y maquinarias para la industria, fenómeno que coincidió con la puesta en marcha en Cuba de ambiciosos planes de desarrollo, encaminados al crecimiento económico, la creación de empleos y el aumento del bienestar de la población que, además de financiamiento requería de una inyección de tecnologías.
Cerradas todas las posibilidades, a Cuba no le quedó otra alternativa que asimilar masivamente la tecnología soviética, decisión que implicó el inicio de una reconversión total en virtud de la cual se cambiaria todo el equipamiento industrial y para la generación de electricidad, el transporte tecnológico y de servicio público, la maquinaria agrícola, el equipamiento ferroviario y de la aviación civil, la base energética, los medios de comunicaciones, los transmisores y los receptores de la radio y la televisión, los sistemas de pesas y medidas, incluso las herramientas de mano.
Nadie podrá calcular el trauma tecnológico, económico y de conocimientos que una transformación de ese tipo significó y que llegó a situaciones tan elocuentes como fue descubrir que con una llave norteamericana no es posible aflojar una tuerca rusa, que las pesas en lugar de en libras ofrecían lecturas en kilogramos y los operarios, arquitectos e ingenieros, habituados a medir en pulgadas, de un día para otro tuvieran que hacerlo en centímetros.
Es un hecho conocido, aunque raras veces tomado en cuenta que en su conjunto, excepto en el terreno militar, la tecnología soviética presentaba un considerable retraso respecto a sus similares norteamericanas. Al obligar a Cuba a dotarse de equipos y aplicar procedimientos productivos atrasados, incluso obsoletos, el bloqueo norteamericano no sólo forzó a la economía cubana a enormes gastos sino que la condenó al estancamiento, favoreció la baja productividad, el despilfarro de combustibles, materias primas y mano de obra.
Para añadir dramatismo, cuando todavía esa reconversión tecnológica no había concluido, el socialismo real desapareció, obligando a una repetición de la historia. Tan intenso ha sido este proceso que todavía en la economía cubana se simultanean tecnologías norteamericanas de la época pre revolucionaria, equipos soviéticos y algunos adquiridos recientemente. En las calles de La Habana conviven los vetustos autos norteamericanos de los años cuarenta y cincuenta con los no menos vetustos volgas y ladas de los años sesenta y setenta.
A pesar del atraso y manifestaciones de obsolescencia, con aquellas tecnologías se levantó la infraestructura del país y se lograron grandes realizaciones económicas
El atraso tecnológico, la tendencia al gigantismo, el consumo excesivo de materias primas y energía, el descuido por el diseño industrial y arquitectónico y otros elementos que en conjunto crearon una especie de bache tecnológico, son componentes de la herencia soviética todavía presentes en el desempeño económico de la Isla.

En el ámbito económico y tecnológico la dependencia llegó a ser tal que cuando las autoridades rusas nacidas del ajuste geopolítico que significó la desaparición de la URSS cortaron los lazos con Cuba, Fidel Castro calificó el momento como de vigencia de un doble bloqueo. Allá nos vemos.

Herencia soviética en Cuba (Parte II)

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viernes 24 de febrero de 2012

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

La arquitectura y el funcionamiento del sistema político cubano cuyo núcleo está formado por el Partido y el Estado es un referente de la herencia soviética en Cuba. El sistema político es el más importante de los logros de la Revolución, aquello de lo cual depende todo. Como en cualquier lugar, en la Isla los avances y carencias del sistema político se reflejan en el conjunto de la estructura social.

En la medida en que las estructuras políticas: estado / gobierno / nación cumplen sus cometidos y son capaces de auto perfeccionarse se beneficia el proceso en su conjunto. Del mismo modo, cuando los componentes superestructurales carecen de idoneidad se estancan o retroceden, la inercia, la rutina, en ocasiones la inconformidad y en casos extremos el caos, se apoderan del organismo social.
El estancamiento político que con contadas excepciones reinó en América Latina durante 150 años condujo a los actuales virajes encabezados por la nueva izquierda. Europa Occidental reflotó en la medida en que el reformismo socialdemócrata introdujo los Estados de Bienestar y en Cuba floreció la primavera en 1959, momento en que, sobre la base del Programa el Moncada, triunfó la Revolución. Esos ajustes, como evidencian las experiencias de la Unión Soviética y los países del socialismo real, no siempre ocurren para bien sino que a veces originan retrocesos sociales.
Los antecedentes del actual sistema político cubano son: la administración colonial española; las instituciones creadas por el Ejército Libertador; la ocupación militar norteamericana (1898-1902); el período de la república liberal (1902-1959) y la experiencia de la Unión Soviética. Flotando sobre esos contextos históricos se perciben la tradición liberal clásica y las ideas socialistas que se entroncaron con los ideales nacionales, martianos y antiimperialistas.
La administración colonial española, un periodo de más de 400 años, apenas ha dejado huellas y, salvo la división territorial en provincias y municipios, es difícil encontrar otras referencias.
Los primeros intentos por crear un sistema político autóctono aparecen en Cuba con las guerras por la independencia (1868-1895), etapa en la cual los patriotas concibieron la República en Armas para sintonizar la lucha por la liberación con los paradigmas del liberalismo y tratar de lograr la independencia y construir a la vez la democracia. En ese período se redactaron cuatro constituciones y hubo nueve presidentes.
La ocupación militar norteamericana bajo cuya férula se redactó la primera constitución republicana y se efectuaron la primeras elecciones, por partir del credo liberal, no añadió preceptos realmente nuevos ni realizó aportes en materia de diseño del sistema político y, de no haber sido por la imposición de la Enmienda Platt que cercenó la independencia de la república, institucionalmente hubiera pasado inadvertida.
En materia de perfeccionamiento del sistema político lo más destacado en la era republicana fueron la Asamblea Constituyente de 1940 que, como fruto de la llamada Revolución del 30, movimiento que coincidió con el auge de las fuerzas nacionalistas y de la izquierda marxista, fue aprobada la Constitución de 1940, que junto a la abolición de la Enmienda Platt en 1934 fueron los logros políticos más importantes de la época.
Ningún pueblo, en tan breve período, pasó por tantas experiencias: última colonia de España, escenario donde en la misma generación fueron derrotados dos dictadores (Machado y Batista) y realizada la revolución popular por vía armada. Cuba fue el primero y único país occidental en adoptar el sistema socialista, un aliado soviético en el hemisferio y la única revolución que por 50 años ha retado a Estados Unidos y vive para contarlo.
No obstante de todas las experiencias políticas, únicamente la procedente de la Unión Soviética mantiene presencia y vigencia en el diseño de la arquitectura y la funcionabilidad del sistema político cubano cuya construcción, en todas las épocas se ha realizado a la precipitada y bajo enormes tensiones.
Para ilustrar lo intenso de este proceso, un día escuché al presidente Raúl Castro comentar que cuando Fidel nació en 1926, de haber sobrevivido José Martí hubiera tenido 73 años. No sólo podían haberse conocido sino ser maestro y discípulo.

Los antecedentes del actual sistema político cubano no lo explican todo pero sin ellos no se entiende nada. Allá nos vemos.

La herencia soviética en Cuba (Parte I)

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jueves 23 de febrero de 2012

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Quienes afirman que 30 años de alianza con la Unión Soviética no dejaron huellas en la sociedad cubana están en lo cierto respecto al arte y la literatura, la orientación general de las ciencias aplicadas, la culinaria, la lengua y otros asuntos más o menos periféricos, aunque se equivocan en cuestiones como las ciencias sociales, la cultura política, el pensamiento económico y jurídico, los conceptos acerca de la información, el status y el papel de la prensa, las ideas sobre el Estado, los sindicatos y la sociedad civil, ciertas nociones acerca del liderazgo institucional y personal y sobre todo en la estructura del sistema político en su conjunto.

No se trata de un tributo cubano a lo eslavo sino de la vigencia salvaguardada oficialmente de la “lectura soviética de la obra de Marx” adoptada 50 años atrás y que actualmente en los ambientes científicos y académicos internacionales, incluso en sectores de la propia Isla, se considera como un remedo de pobre reputación, amparado en el llamado marxismo-leninismo que constituye la filosofía oficial, la base de la cultura política de los cubanos, principalmente de la militancia revolucionaria; así como principio y fin del llamado “trabajo político ideológico”.
Por una suma de razones, principalmente políticas, aunque también ideológicas y culturales y en lo cual interviene el aislamiento derivado del bloqueo, apenas retocada y afianzada en el denominado materialismo dialectico e histórico, la interpretación soviética del marxismo sobrevive constituyendo la “concepción del mundo” o la cosmovisión valida en la Isla donde, por medio del sistema escolar y los mecanismos de circulación de las ideas, se difunde no como un saber entre otros posibles, sino como un credo frente al cual la opción es herejía.
Esos preceptos, plasmados en la Constitución, en los Estatutos del Partido, presentes en el discurso político y enseñados por el sistema escolar, incluyendo todas las carreras universitarias debido a que se le considera una especie de método general de las ciencias, en lugar de ser modificados por las reformas en marcha, se les refuerza.
Aunque por sus connotaciones ideológicas e incluso políticas y por ausencia de espacios de amplio acceso, en Cuba este tipo de asunto apenas se discute y por ello se carece de elementos y estadísticas derivadas de investigaciones que avalen conclusiones científicas en un sentido u otro. Conozco a personas que creen que la insistencia en la necesidad de despojarse del legado teórico soviético es ociosa, no aporta a los procesos en marcha y puede significar una distracción.
Por otra parte no faltan quienes, no sólo ahora sino hace mucho tiempo, estiman que credos y preceptos erróneos incorporados a la práctica social, a la institucionalidad, a la cultura política e incluso a la moral, actúan como un lastre que ralentiza los procesos en curso y pueden ser un ancla que los paraliza perjudicando la evolución cultural y social.
Entre los críticos a los enfoques teóricos soviéticos, desde fecha temprana estuvieron Fidel Castro y Che Guevara, quienes tildaron a los manuales de Marxismo-Leninismo de escolásticos y dogmaticos porque, además de pretender estar en posesión de verdades absolutas, en lugar de reflexiones equilibradas sobre problemas sociales económicos y políticos, instalaban en el pensamiento recetas basadas en criterios y experiencias no sólo no aplicables a Cuba, sino erróneas también para la Unión Soviética y el socialismo mundial.
No obstante la influencia de estos líderes no pudo impedir que aquellos conceptos se incorporaran a la cultura y a la práctica política cubana, arraigaran e incluso sobrevivieran 20 años a la desaparición de la Unión Soviética y estén vigentes todavía.
Ese legado unido a carencias materiales y déficit culturales pueden llegar a comprometer la formación y superación de las vanguardias científicas y académicas formadas por sociólogos, economistas, filósofos, pedagogos, politólogos, antropólogos y científicos sociales cuyo desempeño requiere de ambientes plurales, del acceso a resultados científicos avanzados, a la literatura, las técnicas y los procedimientos de punta para insertarse en el debate contemporáneo.
El asunto alude además a los conceptos metodológicos y los criterios teóricos generales que apoyan la formación de médicos, periodistas, abogados, ingenieros, físicos, matemáticos, biólogos y todos los profesionales cubanos.
A los enfoques estrechos y anticuados se suma el hecho de que en Cuba son escasas las publicaciones teóricas nacionales, apenas circulan revistas científicas extranjeras y las novedades editoriales de perfil teórico son francamente raras; a ello se une el pobre acceso a INTERNET.
Los problemas económicos individuales unidos a las limitaciones para viajar dificultan la participación en eventos en el extranjero. Las limitantes, presentes en la capital son más graves para los profesionales que residen en el interior del país donde raras veces se efectúan eventos o debates de la entidad necesaria.
No se trata de cuestiones retoricas o de teorizaciones distanciadas de la práctica social, sino de renovar las bases conceptuales que sustentan la práctica revolucionaria y los fundamentos de la labor política de los militantes revolucionarios que corren el riesgo de estancarse.

Desde el punto de vista cultural nada es peo que el aislamiento y s sumamente grave inculcar, instruir, enseñar y concientizar a las nuevas generaciones a partir de preceptos filosóficos, sociológicos, económicos, políticos y metodológicos atrasados o erróneos, cosa que puede comprometer no sólo el futuro de las ciencias sociales, sino del socialismo.

Geopolítica del petróleo

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viernes 27 de enero de 2012

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Colón no descubrió a América ni los norteamericanos el petróleo, pero uno incorporó al Nuevo Mundo a las corrientes civilizatorias occidentales y los otros hicieron del combustible la base de la prosperidad del capitalismo.

En 1859 los norteamericanos perforaron con éxito los primeros pozos con fines comerciales, rápidamente inventaron los métodos para refinarlo e introdujeron masivamente el automóvil, base de una civilización consumidora de hidrocarburos en una escala jamás imaginada. Ningún producto ha influido tanto en el progreso de la humanidad y ninguno podría acarrearle desgracias mayores.
La base del milagro económico norteamericano fue ensamblar el dinamismo propiciado por el liberalismo económico practicado en un territorio inmenso, extraordinariamente rico y abierto a la emigración, con una fuente de energía abundante y barata que propició una larga era de prosperidad económica. Durante más de un siglo Estados Unidos sostuvo su economía y su desarrollo, incluso su condición de imperio sobre la base del petróleo del que durante más de 100 años fue el primer productor y exportador.
El petróleo sin embargo se ha convertido en el Talón de Aquiles de los Estados Unidos que posee todas las armas…excepto una: el petróleo. El 40 por ciento de la energía y casi el 100 por ciento del combustible que utilizan los norteamericanos son importados.
Según algunos autores la decadencia de Estados Unidos comenzó cuando en 1973, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), formada por 13 países del Tercer Mundo, siete de ellos árabes y algunos minúsculos, los desafiaron, imponiendo a todo occidente un embargo y estableciendo sus precios y sus condiciones. Desde entonces el petróleo es uno de los ejes de la geopolítica mundial.
Actualmente el 60 por ciento de las reservas mundiales de petróleo se concentran en los países del golfo Pérsico, proporción que crece constantemente no sólo porque en esa región se perforan nuevos pozos sino porque las de otros países se consumen rápidamente. En 1950 Estados Unidos producía todo el petróleo que necesitaba y era el primer exportador mundial; hoy produce menos del 30 por ciento del que necesita y su dependencia en lugar de disminuir aumenta.
El petróleo es vital no sólo para mantener en funcionamiento la gigantesca economía norteamericana sino para las operaciones de su descomunal maquinaria militar que consume alrededor de 500 millones de barriles anuales. Si el Pentágono fuera un país, por consumo de petróleo ocuparía el lugar 35 entre doscientos. Las élites imperiales conocen los datos y no ignoran que si el estrecho de Ormuz se cerrara y Venezuela, México y Nigeria dejaran de suministrarle petróleo, su economía colapsaría y su fuerza militar sería un montón de chatarra.
La mala noticia es que los imperios se comportan como tales. Para Estados Unidos que, a pesar de las crisis y otros síntomas de decadencia, está todavía muy lejos de un punto crítico es más viable y rentable controlar las reservas de petróleo existentes que gastar en prospecciones extremadamente caras o en inversiones en fuentes alternativas que, en cualquier caso pueden realizarse sin prisa. A pesar de los precios exuberantes, en adquirir petróleo, Norteamérica gasta alrededor del 10 por ciento de su PIB; el problema no es económico, es de seguridad.
De ahí la estrategia norteamericana vigente desde la década de los setenta cuando a los riesgos de la Guerra Fría se sumó el embargo petrolero de la OPEP, la audacia expansionista de la Unión Soviética que invadió a Afganistán y el derrocamiento del Sha en Irán que llevó al poder a un movimiento islámico radical con el cual hasta hoy no ha podido lidiar y ante lo cual en 1980, el presidente James Carter esbozó una doctrina según la cual: “Cualquier amenaza al acceso de Estados Unidos al petróleo del Medio Oriente enfrentará la resistencia por cualquier medio, incluidos los militares…”
Una peculiaridad del petróleo es que más del 70 por ciento de las reservas probadas se encuentran en los países musulmanes del golfo Pérsico, ubicados en el Medio Oriente, la más conflictiva de las regiones del mundo, el lugar donde desde hace 60 años no cesa el peligro de guerra, un escenario en el cual los conflictos locales inevitablemente adquieren relevancia global y donde la existencia de Israel coloca a todos los países en ruta de colisión con Estados Unidos.
Actualmente no existe ningún asunto estratégico que para Estados Unidos tenga una prioridad mayor que el petróleo, tanto que está a punto de conducirlo a su aventura militar más grande y complicada desde la Guerra de Corea.

La geopolítica del petróleo tiene dos ramas: una la que se realiza por medios pacíficos y otra que presenta fuertes componentes militares. Luego les cuento. Allá nos vemos.

Revolución y participación (II): Congresos nuestros de todos los días

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viernes 16 de diciembre de 2011

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Los líderes que a principios del siglo XX se pronunciaron contra la espontaneidad de los movimientos de masas, no vivieron para lamentar los nocivos efectos del “exceso de institucionalización” sobre la participación popular en los países del socialismo real y otros lugares. Se trata del clásico dilema no pasarse o no llegar.

Aunque con significados diferentes, tal como ocurrió en la Unión Soviética, en occidente también han colapsado o atraviesan profundas crisis los grandes partidos políticos de matriz obrera y las otrora poderosas centrales sindicales. Casi nadie recuerda hoy el orgullo con que en Moscú se celebraban los 20 millones de militantes del partido, los 40 millones de miembros del Konsomol y los 100 millones de integrantes del Consejo Central de los Sindicatos soviéticos. Al actuar como “poleas de transmisión”, éstas ni otras organizaciones representaron nunca a sus miembros ante poder sino al revés.

Si alguien incurriera en el error de sumar a los miembros de las organizaciones políticas, sociales y de masas de Cuba pudiera creer que la población de la Isla se ha duplicado. Ello se debe a que una misma persona milita en varias organizaciones. Reiteradamente, el presidente Raúl Castro, ha advertido acerca de que tales entidades, al generar actividades, reuniones y tareas afines pueden agobiar a la población o lo que es peor, aburrirla.

Debido al carácter ciento por ciento “institucionalizado” de la participación popular en Cuba, la democracia no puede asumirse como un fenómeno exclusivamente político, sino también económico, social y cultural. Sin embargo, a pesar del “impecable” funcionamiento de las organizaciones obreras, sociales y políticas que celebran puntualmente congresos y elecciones, no es difícil percibir cierto deterioro de la participación popular, que con la espontaneidad pierde también identidad, calidad y significado.

No hace mucho Armando Hart, uno de los cuadros revolucionarios más imaginativos, fundó una “Cátedra de Hacer Política”. No he hablado con él y no sé de donde le llegó la inspiración pero me gustó la idea, por la sencilla razón de que, con la excepción de Fidel Castro un maestro en el oficio y de Raúl que sabe hacer su trabajo, en Cuba no se hace política.

Aunque hay en la isla más de 20 sindicatos nacionales y una central obrera, casi una decena de grandes organizaciones de masas y sociales y una miríada de entidades profesionales, esas mega estructuras cada una con decenas o cientos de cuadros, miles o millones de afiliados y representación en los municipios, las provincias, los barrios residenciales, los centros de estudio y trabajo, incluso las escuelas primarias y las unidades militares, no hacen mejor la participación ni generan los liderazgos que el proceso necesita.

No se conocen en Cuba alcaldes, diputados o gobernadores provinciales realmente populares, la figura del líder local es inexistente y sería raro encontrar entre los transeúntes de La Habana a diez personas de a pie que pudieran mencionar el nombre de las dos personalidades que gobiernan una ciudad donde los oradores y los dirigentes políticos, con capacidad de convocatoria propia son especies en extinción.

El liderazgo es un fenómeno universal, se manifiesta y se necesita en todas las esferas y se ejercita no sólo a los altos niveles. Su debilitamiento en Cuba es una mala señal. Tal vez el tema de la participación popular tenga meritos como para tomarlo en cuenta en las deliberaciones de la próxima Conferencia Nacional del Partido. Allá nos vemos.

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