Palabras de Pablo González Casanova en el seminario Planeta Tierra: movimientos antisistémicos en el Cideci, Chiapas, el 1º de enero de 2013

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Otra política, muy otra: los zapatistas del siglo XXI

 

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Niños desplazados en 1996 de la comunidad Jesús Carranza, captados el 10 de septiembre de 2001 en la comunidad de San Marcos, municipio chiapaneco de SabanillaFoto Francisco Olvera
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Una tzotzil recibe a los asistentes al Encuentro Latinoamericano por la Verdad y la Justicia, el 13 de noviembre de 2008, en Acteal, ChiapasFoto Moysés Zúñiga Santiago
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Pablo González Casanova, cuando asisitió al primer Coloquio Internacional in memoriam Andrés Aubry, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en diciembre de 2007Foto Víctor Camacho
Pablo González Casanova
Periódico La Jornada
Sábado 26 de enero de 2013, p. 2

En primer lugar, propongo que enviemos un mensaje de solidaridad al extraordinario comunicado que publicaron el 30 de diciembre el Comité Clandestino Revolucionario Indígena y la Comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Es un documento de enorme importancia.

Al venir aquí estaba pensando cómo se vincula su sentido a los cambios que ha habido en este tipo de encuentros. Los cambios se han dado en varios sentidos, particularmente en el énfasis cada vez mayor que se está poniendo en la categoría de capitalismo corporativo. Es una categoría que nos permite un análisis mucho más profundo y preciso que la categoría del poder desvinculada del poder del gran capital, y sin articulación con el complejo empresarial, militar, político y mediático, que maneja un proceso mundial llamado globalización.

Por otra parte, me vino nuevamente al pensamiento lo mucho que he aprendido oyendo las reflexiones de los compañeros, producto de la memoria de sus luchas, de la práctica de sus teorías y del encuentro con las que vienen de los movimientos de liberación y emancipación de otros mundos, en particular del mundo occidental, pero también de África y Asia, así como de las luchas de liberación en los años sesenta y setenta en América Latina.

Al llegar aquí me pareció interesante destacar también cómo los zapatistas han enriquecido y precisado el discurso de lo uno y lo diverso, de lo constante y lo cambiante en la historia y la geografía activa y cognitiva. Esas fueron algunas de mis rememoraciones. Pero hace unos momentos pensé que era importante preguntar a un compañero tzotzil: ¿Cómo leyeron el comunicado? Porque cada uno de nosotros lo leyó e interpretó de una manera determinada o predeterminada. Lo que contestó me ayuda a darme cuenta que uno lee de una manera que se puede enriquecer con la manera de lo que otros leen.

El hermano tzotzil me respondió: “No lo leímos como si nos dijera ‘¿quién eres?’, sino ‘¿cómo te vas a ver en este mundo de diferencias y que no es en todo diferente?’ Como si nos dijera: tenemos que encontrarnos y que actuar juntos. Su respuesta se relacionó con algo que vi en el comunicado: el vínculo más estrecho que se proponen los zapatistas con la organización nacional de los pueblos indígenas, así como el intento de aumentar los vínculos con los adherentes a su movimiento, y también de ampliarlos y fortalecerlos con otros movimientos sociales de México y el mundo.

El comunicado y la respuesta del hermano tzotzil me permitieron replantear el problema de que les quiero hablar brevemente.

Ésta es la oportunidad para pensar y organizar una inmensa Red de Colectivos en Defensa del Territorio, y de la Tierra –y de la tierra con t minúscula y con T mayúscula. Es una tarea fundamental, si se piensa en la otra política desde abajo y desde la izquierda, y si pensamos en la dialéctica de las necesidades inmediatas, en que éstas muchas veces frenan o se oponen a las grandes luchas de largo plazo –que las organizaciones de los pueblos más oprimidos logran superar cuando ven cómo les quitan tierras y territorios y la posibilidad misma de vivir.

Hay muchos pueblos en los que se juntan los proyectos inmediatos y los de largo plazo, circunstancia que de una manera u otra los lleva a crear, con la junta de las viejas y las nuevas resistencias y combates, una nueva política –muy nueva– que escapa a la vieja alternativa de reforma o revolución.

En realidad su planteamiento político corresponde a una creación histórica tan nueva que es difícil de entender por quienes viven el presente como si fuera el pasado. El problema no es exclusivo de quienes están movidos por un pensamiento conservador, sino de aquellos que, viniendo del comunismo, de la socialdemocracia o del nacionalismo revolucionario, están acostumbrados a hacer política de partidos electorales, política institucional al estilo del siglo XX.

La posibilidad de crear una Organización Mundial en Defensa del Territorio y de las tierras y la Tierra constituye la posibilidad de enfrentar una política cuyos poderosos dirigentes se están yendo en los hechos a la extrema derecha del capital corporativo y de los complejos empresariales, militares, mediáticos y políticos, mientras la izquierda electoral ha dejado de ofrecer lo que antes ofrecía, o hace ofrecimientos que no cumple, porque no tiene la menor fuerza para cumplir, ni para construir la necesaria fuerza que exige un programa mínimo –efectivo– contra el neoliberalismo y la globalización.

La creación histórica de los nuevos movimientos sociales de los despojados, desregulados, subrogados, se enfrenta a una política de recolonización del mundo por los complejos empresariales militares, políticos y mediáticos, que usan dos elementos del poder: la propiedad y la fuerza; el dominio y la soberanía, el poder de compra del propietario y el imperio del poderoso, la megaprivatización como despojo legalizado de naciones y sociedades, y una conquista del mundo legalizada y disimulada que se apoya en las fuerzas militares y financieras y en los políticos, aliados, subordinados y coludidos o cooptados.

Privatización y ocupación financiera y militar de estados y mercados son dos medidas, de que el capital corporativo y sus complejos se valen para ocupar –como propietarios, acreedores o como colonizadores liberadores que en tiempos pasados se llaman civilizadores. Entre los países privatizados incluyen a sus propios países sede y, por supuesto, al resto del mundo. Con las más variadas medidas financieras, militares, mediáticas han refuncionalizado o anulado numerosos intentos de reforma al capitalismo o de revolución frente al capitalismo.

La refuncionalización de los estados-nación y de los sistemas políticos es tal, que los han destrozado en sus estructuras y organizaciones, en sus sentidos de la vida pública y en sus antiguas luchas, programas y medidas que entre crecientes contradicciones buscaban por lo menos algo del interés general y el bien común. Hoy con el gobernar convertido en gobernanza facilitadora de las megaempresas siguen destrozando, sometiendo y desmantelando de tal manera a los pueblos que cualquier crítico mínimo del actual sistema de dominación y acumulación capitalista no puede seguir pensando y actuando como antes.

Un deseo mínimo de saber en qué mundo vivimos nos lleva hoy a registrar en nuestros conceptos y nuestra conducta que el capitalismo corporativo y sus complejos están destruyendo cada vez más las mediaciones que les resultaban útiles en la posguerra, a las que dieron un fuerte impulso con el fin político de vencer al bloque soviético y chino, y con el económico de aumentar la demanda agregada mediante el desarrollo estabilizador de la producción, los servicios y el consumo, nacionales, públicos y sociales.

Las mediaciones destruidas y en proceso de destrucción por el neoliberalismo y la globalización contribuyeron a debilitar y acabar con distintos proyectos de las fuerzas emancipadoras. Muchas de éstas pensaban lograr el socialismo y la democracia a través de reformas. Sus partidarios defendían ideologías y programas cuya efectividad se comprobaba con el Estado social y el desarrollista. Sus partidarios pensaban que por ese camino podían alcanzar lo que otros seguían planteando como la revolución necesaria, al estilo del 48 del siglo XIX, o como la había planteado Lenin al vincular la lucha de los trabajadores con la lucha contra el capital monopólico e imperialismo en una revolución armada concebida como parte de la revolución mundial.

Las restructuraciones y refuncionalizaciones impuestas por las fuerzas hoy dominantes fueron limitando la política de partidos electorales y parlamentarios hasta suplantar la política de reformas con la de contrarreformas llamadas reformas, y la guerra de contrainsurgencia con la guerra de recolonización, llamada de globalización.

Mientras gran número de las fuerzas progresistas continuaron en la lucha legal y parlamentaria, buen número de los movimientos opositores optaron por la vía armada. En todo caso la acumulación de fuerzas electorales por los partidos logró subsistir hasta hoy, y predominar en las corrientes socialistas y comunistas, y lo hizo y sigue haciendo cuando cada vez están más privadas de sus programas y doctrinas y no defienden ninguno mínimamente coherente en las palabras y los hechos.

Los antecedentes y evolución de este proceso son conocidos. La revolución de principios del siglo XX no estalló en los países hegemónicos del mundo capitalista y llegó cuando la mayoría de los partidos comunistas, en general los prosoviéticos, decidieron luchar como partidos políticos con dos objetivos: el de acumulación de fuerzas y el de incrementar la solidaridad con los países del bloque soviético. En esas circunstancias, las corporaciones y complejos combinaron cada vez más la inmediación violenta con la mediación y mediatización política de sus enemigos de la guerra fría. Durante décadas permitieron o se vieron obligados a permitir el desarrollo estabilizador, junto con la descolonización formal de parte de África, Medio Oriente y los países árabes. Así actuaron hasta que, desde los años sesenta, se inició la gran crisis recurrente y sistémica que una y otra vez dan por superada, lo que en los hechos revela ser del todo falso.

En el curso de la prolongada crisis la posición hegemónica de las corporaciones consistió en abandonar las políticas anticíclicas del Estado social y en pasar al adelgazamiento, desmantelamiento, refuncionalización y recolonización del propio Estado metropolitano y de los estados periféricos.

El capital corporativo impuso políticas financieras, políticas militares, ideológicas, económicas, sociales, educativas, culturales, ecológicas, así como empresariales de dominación y apropiación de estados y mercados. Combinó y perfeccionó las viejas armas combinadas de la represión y la corrupción y dio un salto en sus organizaciones monopolistas para su integración en complejos militares-empresariales-políticos y mediáticos. Buscando dar la máxima efectividad posible a sus megaorganizaciones, recurrió a las nuevas técnicas y ciencias electrónicas, digitales, cibernéticas, altamente funcionales a la organización de sus políticas de expansión global.

La magna organización mundial del capital corporativo y de los complejos empresariales militares les permitió dominar a un mundo que paradójicamente se volvió cada vez más irracional en el inmenso entorno o contexto en que opera, efecto llamado lateral en un mundo al que sus expertos consideran siempre como externalidades, las que en el mejor de los casos sólo se analizan para mejor desarmarlas, dominarlas y explotarlas.

Con la gran crisis de las mediaciones del Estado anterior, los partidos políticos dejaron de distinguirse claramente en programas y políticas, y todos o casi todos actuaron al mismo son. El menosmalismo, como lógica política hegemónica, se impuso en situaciones cada vez peores. Y con la restauración del capitalismo, tanto en el bloque soviético como en el chino las teorías de la revolución y –también– las de la acumulación de fuerzas comunistas, socialistas y socialdemócratas se llegaron a olvidar completamente. Se impuso la lógica de juntar fuerzas a como dé lugar, de limitarse a ganar votos con cuanto partido se pudiera y de reclutar ciudadanos con la meta de lograr puestos de representación popular, que cada vez fueron menos representativos y llegaron a ser nada populares.

Semejante lógica y sus beneficiarios dominaron la subcultura de la inmensa mayoría de la clase política. A esa lógica se aferraron también quienes venían del nacionalismo revolucionario y ya lo habían abandonado con el desarrollismo, así como la mayoría de la nueva izquierda del 68 que los había enjuiciado y que al madurar y podrirse se comportaría como ellos, en triste transformación.

Hoy tenemos, en primer término, que darnos cuenta de que tres grandes corrientes del pensamiento revolucionario, que querían lograr la democracia y el socialismo mediante la revolución, han sido prácticamente anuladas. Muchos de sus integrantes muestran no sólo cierta incapacidad crítica para organizar un proceso de acumulación de fuerzas contra el capitalismo corporativo, lo que se confirma leyendo y oyendo sus programas, sus discursos, sus discusiones, sus enfados. Muchos descendientes de la antigua y de la nueva izquierda, en una inmensa mayoría, ya ni siquiera plantean una política contra el neoliberalismo.

Ante semejante crisis de la autollamada izquierda surge un nuevo movimiento que cambia la geometría política, y que, en México y el mundo, encabezan los zapatistas al enarbolar la bandera de la soberanía nacional, el rojo y negro de la lucha internacional, y las metas emancipadoras que ellos redefinen tanto en las palabras como en los hechos, al clamor de libertad, democracia, justicia. Para aclarar su posición, la geometría política de los zapatistas ya no sólo tiene centro, derecha e izquierda, sino abajo y arriba. Con ella quieren indicar que están a la izquierda con los de abajo. Pero, además, su geometría no es sólo bidimensional. En la práctica es una geometría móvil con redes y entramados de colectividades y colectivos presentes y a distancia, unos descentralizados y autónomos; otros –como el ejército defensivo, integrado alternativamente, por todos los comuneros–, con facultades autónomas para ciertas acciones que se les señalan y que pueblo y ejército respetan con una gran disciplina, y con conciencia de que son el pueblo del ejército y que con su ejército-como comunidad se protege de las invasiones, inundaciones, quemas, crímenes y despojos de que sin éste como fuerza defensiva sería fácil víctima.

Las redes de colectivos y colectividades no sólo son redes de comunicación, sino de acción y también de información y diálogo. La mayoría de ellas está entregada a la cooperación para la producción, para la distribución, para los servicios de alimentación, salud, educación, construcción de infraestructuras y viviendas, cultura.

En esas redes los conceptos se definen con actos y también con palabras, lo que fortalece a unas y otras. En palabras y actos aparece la otra democracia, muy otra, la otra justicia muy otra, la libertad practicada con el saber de los pueblos que hoy combinan las técnicas digitales y cibernéticas con las tradicionales. El proyecto está muy lejos de ser primitivo o aldeano: es solidario, patriótico y humano. Nace en un momento histórico en que el gran capital ha ampliado lo no negociable, esa expresión que de hecho expresa la dictadura del capital y en ésta su objetivo invariable de recolonizar el mundo, con la combinación de políticas de represión, corrupción y enajenación mental, sentimental y volitiva. El complejo y tecnocrático proyecto está provocando esa otra crisis de dominación y acumulación en que el mundo vive, y a la que los expertos y sus superiores responden con proyectos de espectro amplio de corrupción y represión, de confusión y terror, que perfeccionan las guerras llamadas por el Pentágono de espectro amplio.

La guerra y crisis de espectro amplio incluye mucho más que las guerras y crisis financieras y económicas. No corresponde a una crisis coyuntural que se vaya a resolver en uno o dos años, como dicen muchos gobernantes –que constantemente se están equivocando–. Enfrenta y vive una crisis que no es cíclica, no es de corta duración, ni siquiera de larga duración. Es una crisis del modo de dominación y acumulación llamado capitalista, movido por la maximización de utilidades y la minimización de riesgos. Y aun es más: es una crisis de civilización que con las ciudades mercantiles, usureras e industriales, desde el siglo XIV empezó a construir una sociedad, una economía, una política, una cultura, una ecología y una ciencia que hoy están en un estado de crisis tan desastrosa para la humanidad y para ellos mismos que hasta se enceguecen ante los horrores que causan y ante los peligros que corren por su sevicia y su codicia desenfrenadas, los que con un improvisado fanatismo atribuyen a un orden darwinista y hasta divino muy parecido al racismo genocida de los nazis, pero mucho más sofisticado con su inclusión de negros, latinos y mahometanos en el gobierno de las televisiones y acciones de exterminio que presenta a esos pueblos como fanáticos, débiles mentales, corrompidos y terroristas.

No ver lo que ocurre ni entender que sus causas se hallan en el actual modo de dominación y acumulación es el más grave yerro de las ciencias hegemónicas. La contribución a la inadvertencia del mundo realmente existente y sus causas no sólo se da en la en econometría y en las ciencias de la opción racional –disciplinas dedicadas a maximizar las utilidades y minimizar los riesgos del capital corporativo–, sino en todas las ciencias de la materia, de la vida y de la humanidad que ocultan y se ocultan las hazañas que sus superiores realizan bajo nuevas y viejas formas de depredación, de ocupación de territorios, de violación de derechos nacionales e internacionales, naturales y humanos, sino en las formas de que se sirven para ocultar la irracionalidad de un sistema que hace sufrir –sin la menor duda– a la inmensa mayoría de la humanidad y que amenaza la existencia de toda la humanidad. De que hechos y efectos están comprobados no hay duda, como no la hay tampoco de sus causas. Ambos se ocultan sistemáticamente.

En realidad vivimos una crisis que no siempre alcanzamos a entender porque es la crisis de una era y el nacimiento de otra. En nuestra práctica de la teoría no teníamos los elementos mínimos para pensar en el futuro de una historia mundial que nos llevó a la restauración del capitalismo. El error fue gravísimo para muchos de nosotros. Nunca penamos que esfuerzos como los de Lenin y Mao iban a acabar en el desastre en que han acabado, ni que el heroico pueblo de Vietnam iba a terminar donde terminó.

Si, por otra parte, vemos este desenlace de evoluciones y revoluciones como enseñanzas, advertimos que por fortuna hay nuevas formas de plantear los problemas y las alternativas para construir un mundo que deje de ser injusto y autodestructivo. Estas nuevas formas, en sus manifestaciones más positivas y creadoras, guardan memoria de sus experiencias anteriores de emancipación; de las que tuvieron éxito y deben impulsarse y de las que implicaron fracasos que hoy se pueden evitar. También enfrentan nuevos y crueles asedios y despojos de corporaciones y complejos. Si son millones los que sufren la ofensiva de la globalización depredadora, privatizadora, y desnacionalizadora, también se cuentan así los nuevos movimientos de resistencia de campesinos, trabajadores, empleados y pueblos. Muchos enfrentan las políticas de despojo de tierras de labor y recursos naturales, de pérdida de derechos laborales, sociales, políticos, educativos y culturales, o de territorios enteros desertificados, deforestados o invadidos por las compañías y sus fuerzas de choque paramilitares, criminales y policiales. Todos, en mayor o menor medida, sufren las políticas de descrecimiento del consumo, de descrecimiento que deja sin empleo, sin techo y sin pan a un número creciente de los sectores medios y bajos. Muchos son víctimas de la caída de la producción nacional y social a que dieron y dan traste corporaciones y complejos con las nuevas políticas de descrecimiento industrial y tecnológico social y nacional, y con la cesión obligada, negociada y corrompida de recursos y mercados a las grandes empresas y sus asociados y subrogados que se encargan de enganchar a los miserables, depauperados, despojados, desplazados, desempleados, desaparecidos, secuestrados, migrantes, sin papeles, sobrevivientes, a los que levantan y venden o emplean como esclavos, asalariados de sudaderos y prostíbulos listos para ser eliminados y enterrados en fosas comunes cuando ya no pueden o no quieren servir. Si semejantes atropellos generan mundos de terror global, también van generando –en medio del dolor que se alcanza a resistir y de la superación del miedo, que se llama rabia y valor, o coraje– nuevas respuestas que por encima de las tradicionales o meramente críticas no sólo están creando formas de lucha mucho más efectivas para resistir, sino formas de resistencia y de organización más efectivas para construir y preservar la libertad, la justicia, la democracia, la autonomía, la independencia, la fraternidad con los semejantes y con los diferentes, en religión o ideología, en cultura, nacionalidad o etnia.

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Marcha de bases de apoyo al EZLN, el 21 de diciembre pasado en San Cristóbal de las Casas, ChiapasFoto Víctor Camacho

Entre los nuevos movimientos destacan los de las comunidades que han enfrentado durante siglos las políticas de colonización y hoy enfrentan las de privatización como recolonización. A esos movimientos que vienen desde muy muy abajo se añaden los de esa nueva categoría política y revolucionaria que es la juventud.

Las luchas de la juventud sin educación, sin empleo y sin futuro, más temprano que tarde descubren su inmenso peso cuando articulan sus luchas estudiantiles y juveniles con las demás fuerzas emancipadoras y con metas y programas mínimos de organizaciones en red y de colectivos y colectividades.

Los nuevos movimientos emancipadores se distinguen también porque en muchos de ellos están mezclados quienes poseen distintos niveles de educación y distintas experiencias de lucha. Es de ver y no creer cómo combinan y enriquecen sus conocimientos y experiencias para alcanzar objetivos comunes.

Entre esos nuevos movimientos –a escala mundial– destaca el que tiene su origen en una región del mundo que está en el sureste mexicano y que ocupan los antiguos pueblos mayas. En esa región del mundo nació, a fines del siglo XX, un proyecto universal que, desde el principio, fue un proyecto que en la diversidad encontró la unidad, y en la variedad los objetivos comunes de la emancipación humana. El movimiento no se planteó una nueva política asistencial, indianista o indigenista. En el curso de su gestación se fue planteando cada vez más un proyecto dispuesto a defender su transición pacífica para organizar, en el propio movimiento, la sociedad a que sus habitantes aspiraban, y una política mínima de la resistencia para vivir, para defender el territorio, la tierra, el agua, el bosque y la vida, sin limitarse a un concepto aldeano, ni sólo maya ni sólo nacional, y reclamando los derechos a la autonomía de sus comunidades al tiempo que se organiza en éstas el poder de decisión de sus pueblos, que son los que mandan a quienes de entre ellos comisionan o son comisionados en tareas determinadas, sin abandonar todo el tiempo o para siempre las tareas agrícolas, artesanales o caseras, sino volviendo a ellas cada vez que su comisión termina o en el tiempo que la comisión lo permite.

Según el último comunicado, los compañeros y hermanos zapatistas han logrado –en medio de asedios– que en su territorio los niños tengan escuela, los enfermos medicina y hospital, y todos sus habitantes, lo mínimo necesario para vivir. Han logrado que en su territorio no haya narcotráfico ni alcoholismo, ni esa inseguridad genocida que con la corrupción individual y colectiva ataca aquí y allá en el resto del país y el mundo.

En los hechos, los zapatistas confirman que el suyo es un nuevo proyecto de emancipación, construida, que no sólo difiere de movimientos anteriores, como el de Lenin o el de Mao, sino también de otros, como la mayoría de las guerrillas de los años sesenta y setenta.

El gigantesco y modesto éxito de los pequeños entre los pequeños induce a pensar a un nivel mundial en la historia reciente de los éxitos y fracasos de la transición a lo que hoy llamamos otro mundo posible. Al caer el inmenso bloque soviético y chino y restaurarse en esos países el capitalismo con sus contradicciones estatales, empresariales, mercantiles, sociales y ecológicas, una pequeña isla llamada Cuba, que tenía 7 millones de habitantes al empezar su revolución, está allí entera, luchando por el socialismo y la libertad. Podemos pensar que la resistencia de Cuba es un milagro, pero si nos limitamos a un análisis político, tenemos que preguntarnos qué ocurrió en esa pequeña isla, que sigue resistiendo a la potencia imperialista más poderosa y agresiva del mundo.

Debe haber algo. Por más que han sufrido en su contra las campañas más espantosas, padecido un cruel bloqueo, que ya dura más de medio siglo, y enfrentando cuanto tipo de intervenciones legales y criminales existe en la historia del colonialismo, este algo que hay en Cuba muestra ser una mezcla de la enorme cultura de la lucha por la independencia y de la lucha de clases, pero de otra lucha por la independencia y otra lucha de clases… Ya Toussant L’Ouverture, y su hazaña de los esclavos insurgentes en Haití, demostró, en medio de la tragedia, que el esclavo que se libera en un país colonial no se libera, pues siempre vienen los ejércitos de los napoleones a acabar con el proyecto liberador del esclavo.

El mismo problema se plantea a otra escala, no sólo en las comunidades de origen indígena de la primera conquista, sino en las comunidades nacionales: el problema de combinar las luchas de las comunidades por la autonomía con las luchas por la independencia de las naciones. Pues ni unas ni otras se liberan si no se juntan.

En el caso de Cuba, la solución aparece en la conjunción muy seria y profunda de Marx y de Martí. Así como los zapatistas toman la palabra y el concepto de dignidad como forma de enfrentarse a la dictadura del poder, así los cubanos dan a la moral un sentido político de organización de la resistencia y de moral de lucha que integra la articulación, cooperación, solidaridad, fraternidad o de hermandad practicadas, que no se queda en un decir, que no se queda en la moralina de la que hablaba Benedetti, sino que se vuelve una realidad capaz de enfrentar sus propias contradicciones y las que activa el enemigo.

La gente que en política no tiene esta práctica de la moral cree que todo esto son tonteras, o que nada más estamos hablando. Pero ahí está una realidad que no podemos ignorar… La moral de la lucha por la independencia organizada con la lucha de clases y con la lucha por el socialismo y la libertad. Y, volviendo a nuestro tema y su situación actual, advertimos cómo al abrirse y articularse a la diversidad del mundo y de México, como lo acaba de hacer el movimiento zapatista, tenemos que plantearnos el problema de las resistencias frente a la nueva ofensiva de cooptación, corrupción e intimidación de las corporaciones y complejos y de sus asociados y subordinados. Si éstos durante un tiempo privilegiarán el diálogo para la cooptación, no por sus dulces voces dejarán de tener escondido un gran garrote, como dijo aquél. Mantener la dignidad con la capacidad de diálogo y la firmeza con la capacidad de lucha emancipadora será crucial.

Por las experiencias anteriores vamos también a confirmar que, aparte de las características de recolonización del mundo que muestra el capitalismo, su crisis va acompañada de una crisis de la moneda, del salario, del crédito y del modo de acumulación. Con eso no quiero decir que vaya a otro modo de acumulación, o que se va a repetir lo que ocurrió en crisis anteriores, sino muestra una y otra vez su tendencia a las políticas de depredación, depauperación, privatización, desnacionalización, que por sentido común enajenado están llevando a los ejecutivos de corporaciones y a los ejecutivos de gobiernos a posiciones cada vez más agresivas, corruptoras, privatizadoras y desreguladoras…

En crisis anteriores también existió una combinación de los modos de acumulación depredadora con los modos de acumulación salarial. La depredación o la explotación de colonias, la ocupación de territorios y países enteros se hizo en crisis anteriores. Ahora es mucho más serio que se haga porque la contradicción entre el modo de dominación y acumulación capitalista enfrenta una crisis de sus propias soluciones.

Por una parte está en crisis el proyecto del imperialismo único o dominante que durante un tiempo tuvo Estados Unidos. Ese proyecto falló –como lo ha analizado y demostrado Wallerstein– y está en crisis irreversible. Se están formando dos bloques, informes todavía, pero uno y otro manejados por aquello que Roosevelt temía mucho. El presidente Roosevelt dijo alguna vez: Le temo más a los negocios organizados que al crimen organizado. Se quedó corto, porque ahora se juntó el negocio organizado con el crimen organizado.

Todo revela una crisis muy fuerte que no sólo se da en Estados Unidos o Europa, sino en Rusia y en China, cuya capacidad de producción es inmensa y cuya capacidad de destrucción también es fatal. En la teoría del Pentágono se habló desde los cuarentas de la guerra atómica como guerra de destrucción mutua asegurada. No se trataba de una doctrina como algunos de sus expertos pretenden hoy era y es un hecho. Ya era un hecho entonces y es mucho peor ahora. Si se ha dejado de hablar del mismo no es porque sea menor, sino porque es peor. Hace más de medio siglo las bombas atómicas fueron superadas en su poder letal por las nucleares, y en todo este tiempo se mejoraron los sistemas de lanzamiento terrestre y extraterrestre, aéreo y marítimo, así como los mecanismos autodirigidos. Y no sólo proliferaron las bombas en tierras, cielos y mares, sino en el número de países que disponen de ellas, y en el tamaño cada vez más pequeño a que las nuevas tecnologías han contribuido.

Si la producción para una guerra nuclear supuestamente defensiva sigue su marcha es porque las bombas nucleares y todos los aparatos que sirven para la guerra son un negocio gigantesco, y son el motor principal de la economía de las grandes potencias. Controlar las crisis recurrentes con una guerra mundial es el imposible que no se puede hacer posible.

Hay otra crisis, la de la sociedad del conocimiento. Es la crisis del conocimiento de los rulers, de los dueños y señores de corporaciones y complejos, ya sean gerentes de las megaempresas, o jefes de gobiernos reducidos a gerentes de sus países. Todos ellos buscan que venga el capital corporativo a salvarnos, porque dizque va a crear empleo, cuando ya se sabe que por cada empleo que las corporaciones crean se pierden cientos entre los pequeñas y medianas empresas y hasta en los trabajos de los artesanos y vendedores de la calle. A sabiendas de eso el mentiroso argumento se usa hasta por los gobiernos que se dicen socialistas, que ponen en marcha políticas para ser competitivos a costa de los trabajadores y las juventudes y de los habitantes de la tierra, de los suelos y subsuelos, de las fuentes de agua y las fuentes de vida. El arte globalizado de gobernar consiste en ocultar la realidad para construir la sociedad del desconocimiento.

No sólo se da la crisis de la corrupción y la represión, de la política perfeccionada de la zanahoria y el garrote, de las armas y la economía de guerra, sino del conjunto de la vida y del proyecto humanista religioso o laico. Y es en esas circunstancias que el zapatismo, con sus comunidades y los adherentes que se suman a los de abajo y a la izquierda del mundo entero, busca deshacerse de las cadenas posmodernas del capital monopólico y sus panegiristas.

En el nuevo encuentro con México y el mundo tenemos que darnos cuenta de que no podemos exigir a todas las fuerzas que luchan por la libertad humana que luchen con la misma posición política que tenemos. Como se puede advertir en la lectura que se hizo del comunicado, hay elementos particulares en este país que no se dan en otros países y otros que sí se dan.

Dentro de la gama de la resistencia universal vemos cómo la más avanzada es Cuba que, más que la última revolución marxista, es la primera del nuevo tipo, en la que… si el proceso se inicia desde arriba y a la izquierda, crea la lógica revolucionaria de que el Estado y quienes lo construyen tienen un papel pedagógico muy significativo para que todo el pueblo sepa lo que saben las vanguardias y para que estas aprendan lo que saben sus pueblos. Nunca debemos olvidarlo: si en 1959 había unos cientos de seres humanos que sabían de todos estos problemas, ahora son millones de cubanos los que saben de todos estos problemas, y eso no es cualquier cosa.

A partir de un movimiento emancipador, indudable en la importancia que da a la construcción del poder del pueblo trabajador, podemos ver a otros países, como el nuestro, y ver lo que de particular y general hay en otros movimientos. El EZLN, primero se levantó en armas y tomó varias ciudades; después aceptó dialogar. Antes de los diálogos de San Andrés tomó una medida extraordinaria –que en gran parte se debe a don Samuel Ruiz– quien contribuyó a que se suspendiera el fuego en una guerra que apenas estaba por empezar. Ese hecho fue en verdad extraordinario y en él, y siempre, el EZLN mostró su vocación de paz.

Es lo más raro en la historia de la humanidad que dos ejércitos que están a punto de iniciar una guerra firmen un pacto de no agresión y digan vamos a hablar. Vinieron los diálogos de Catedral primero. Después los diálogos en el ejido de San Miguel. Después los diálogos de San Andrés. Hubo un momento en que se aceptó la lucha en el terreno de la paz. Pero, ¿qué pasó con esa lucha? La traicionaron todos los partidos y también la traicionó el gobierno.

Entonces el EZLN dijo ahora nos encerramos, pero nunca su proyecto fue nada más luchar abajo y a la izquierda. No, si podemos luchar arriba, también vamos a luchar arriba. El problema es mantener los principios fundamentales de la dignidad y la autonomía, de la democracia como gobierno del pueblo con el pueblo y sus luchas por la justicia y libertad, y de mantener, con esos principios, una gran disciplina como la que mostraron los zapatistas en el desfile organizado y desarmado que hicieron como una nueva carta de presentación de su vocación de paz. El orden impecable que mostraron el 2l de diciembre confirmó una diferencia fundamental con la manifestación de los jóvenes estudiantes, en cuyas filas se pudieron meter los tradicionales agentes provocadores. En estas filas no se podía meter ni un insecto provocador.

Los cambios que se dan en los movimientos de que es pionero el EZLN no provienen de posiciones teóricas o emocionales, sino de teorías experimentadas y de experiencias pensadas. En este momento histórico confirman la posibilidad de definir la lucha como un proyecto de democracia organizada, de autonomía organizada, de libertad que fortalece y cuida la organización del pensamiento, de la dignidad y de la voluntad colectiva y combativa, y en que todos los actores cumplen con su palabras.

En un proceso semejante y distinto de los nuevos movimientos de liberación se encuentran otros países que están en la resistencia frente al proyecto colonizador de las corporaciones y los complejos. Entre ellos, a la cabeza, está Venezuela –puedo equivocarme–; también se encuentra Bolivia –con más contradicciones y dificultades–, y quizás Ecuador. Pero hay otros que están resistiendo, como Uruguay, con la gran fuerza de una democracia muy vinculada a la cultura socialista y marxista. Se encuentran también quienes en Argentina de pronto se enfrentan a la toma de las islas Malvinas por el imperio británico, y no sólo se enfrentan a la deuda externa, sino cancelan la deuda externa. Se trata de resistencias nuevas en las que no estamos insertos, pero que tenemos que respetar y alentar para el triunfo sobre sus contradicciones internas y externas con la formación de un Estado-pueblo en que se organicen, hasta tener la inmensa mayoría, la fuerza de la independencia de los trabajadores, de las comunidades y de la juventud, todos listos a triunfar sobre la corrupción y la intimidación.

Tenemos que aprender a acercarnos a un mundo que es diverso, que es distinto, pero que tiene problemas parecidos y que puede luchar de maneras diferentes. También tenemos que seguir superando nociones como la del poder en abstracto, y pensar que si el poder es nuestro, lo vamos a hacer muy distinto de quienes lo tienen. Por eso es que el subcomandante habla, con esa capacidad de expresión que domina, de otra democracia muy otra. Vamos a hacer un muy otro poder. Muy otro no tiene nada que ver con el poder de las corporaciones y el poder del crimen organizado, o con el poder de los paramilitares y con el que le da la subrogación de trabajadores a las corporaciones… Es otro poder: el poder del mundo moral y combativo…

No podría detenerme sin decirles lo agradecido que estoy con los compañeros de esta universidad magnífica, y sin pedirles que estudiemos mucho más a fondo el pensamiento de los zapatistas como un pensamiento que viene de la experiencia universal del ser humano y de la experiencia que ellos, como descendientes de los pueblos mayas y de las rebeliones universales han tenido y tienen en su lucha por la democracia, por la justicia y la libertad.

Ser docentes en América Latina

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El legado intelectual, ético y pedagógico de educadores como Simón Rodríguez, José Martí, Omar Dengo, Paulo Freire y de tantos otros personajes ilustres de nuestra región, constituye una fuente indispensable de conocimientos originales y creativos que nos permitirán comprender a cabalidad el rol del docente en la escuela latinoamericana del presente y del futuro.

 

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Portada del libro de Rolando Pinto.

Se acaba de presentar en Costa Rica el libro Principios filosóficos y epistemológicos del ser docente, del educador e investigador chileno Rolando Pinto Contreras. Publicada bajo el sello editorial de la Coordinación Educativa y Cultural Centroamericana, esta obra constituye una sugerente invitación a pensar lo que significa ser docente en los particulares contextos sociales y políticos de Centroamérica y República Dominicana, y en un sentido mayor, de nuestra América toda.

Como lo explica el autor, en América Latina “necesitamos legitimar una mirada sobre estos principios [filosóficos y epistemológicos], que fundamentan la práctica formativa, pero, esta vez, desde la historia, las identidades socio-culturales, las tradiciones ético-políticas y pedagógicas que nos constituyen como territorios latinoamericanos. Solo desde ese rescate de lo propio podríamos entender las condiciones teóricas y políticas que nos impiden avanzar en el desarrollo de una educación propia, que dé más calidad a los procesos y productos formativos que desarrollamos con nuestras prácticas formativas”[1].
¿Cómo avanzar en ese rescate de lo propio, sustento de todo proceso de construcción de nuevas realidades en nuestros países? En nuestra perspectiva, una tarea prioritaria para dar pasos en la dirección sugerida por Pinto es retomar la rica tradición del pensamiento filosófico y pedagógico latinoamericano, para repensar desde allí las tareas prioritarias y las dimensiones de la función docente. Es decir, se trata de abocarnos individual y colectivamente a la tarea de rastrear,  y de identificar, las principales ideas pedagógicas que han estado vinculadas a las luchas emancipatorias de nuestros pueblos,  a lo largo de ya varios siglos.
En esa tarea, no son pocos los ejemplos que tenemos a la mano, aunque los relatos y políticas oficiales muchas veces se empeñen en invisibilizarlos o incluso negarlos en nuestros sistemas educativos. Aquí queremos referirnos a cuatro casos: el venezolano Simón Rodríguez, el cubano José Martí, el costarricense Omar Dengo y el brasileño Paulo Freire, toda vez que en ellos encontramos la lucidez intelectual y la solvencia ética y moral que les permitió a estas figuras articular una crítica profunda y coherente al sistema y estado de cosas dominante en su época. Una crítica en la que lograron ubicar a la educación y  al maestro -o docente- como agente transformador de las distintas estructuras de opresión y dominación.
En la primera mitad del siglo XIX, Rodríguez (1769-1854), maestro del Libertador Simón Bolívar, logró perfilar una sensibilidad y un modo de pensar la cuestión de la cultura, la educación y la organización de los nuevos países que, al poner en primer plano la reflexión desde la América hispana, trascendió las circunstancias inmediatas de los convulsos años de la independencia de la corona española. Luces y virtudes es el gran emblema que sintetiza el pensamiento pedagógico de Rodríguez, y bajo su alero, despliega sus tesis sobre la educación popular y democrática como condición imprescindible para forjar naciones originales. “Se ha de educar a todo el mundo –dice- sin distinción de razas ni colores. No nos alucinemos: sin educación popular no habrá verdadera sociedad[2]. Y en otro momento afirma: “La América debe considerar hoy la lectura de las obras didácticas (especialmente las que tratan de la sociedad) como uno de sus principales deberes. Si, por negligencia, da lugar a la internación de errores extranjeros, y permite que se mezclen con los nativos, persuádase que su futura suerte moral, será peor que la pasada[3].
 
En la segunda mitad del siglo XIX, José Martí (1853-1895) toma la estafeta dejada por Simón Rodríguez. Como bien explica Armando Hart, son tres los ejes fundamentales del ideario pedagógico martiano: uno es la vinculación del estudio con el trabajo; otro, el papel formador del trabajo en la conciencia y la personalidad integral ser humano; y el tercero,  “la función socialmente crucial en nuestros pueblos de la enseñanza”[4]. Estas ideas se sintetizan de modo pleno en un artículo de Martí titulado Maestros ambulantes, del año 1884, en el que relaciona las condiciones de vida de la población rural y campesina, mayoritaria en la América Latina de su tiempo, con el sentido transformador que confería a la educación:  “¡Urge abrir escuelas normales de maestros prácticos, para regarlos luego por los valles, montes y rincones, como cuentan los indios del Amazonas que para crear a los hombres y a las mujeres, regó por toda la tierra las semillas de la palma moriche el Padre Amavilca!”[5].
En ese mismo texto, el Apóstol cubano plantea la que puede ser considerada como la fórmula de su pensamiento pedagógico: “Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones. Es necesario hacer de cada hombre un antorcha[6].  Martí se refiere aquí al fuego del conocimiento, que será el que haga arder la conciencia y la inteligencia de cada persona, y también alude, de un modo indirecto pero imposible de ignorar, a la misión de los docentes: en última instancia, los encargados de iniciar la combustión del saber y de la transformación, primero, de la realidad inmediata de la persona, y después, de la sociedad como un todo.
En las primeras décadas del siglo XX, no fueron de menor calado las contribuciones –también críticas- de los intelectuales de lo que en la América Central, y específicamente en Costa Rica, se conoció como la nueva intelectualidad nacionalista y antiimperialista. Una figura representativa de este movimiento fue el educador Omar Dengo (1888-1928) quien, como ya lo había hecho Martí, asumió un importante liderazgo en el desarrollo de los procesos políticos costarricenses de esos años (la cuestión obrera y las luchas por la democracia), tanto a nivel de las ideas y la práctica pedagógica, como de la participación política como tal.
En términos de sus contribuciones al pensamiento pedagógico latinoamericano, que aquí nos interesa particularmente, cabe destacar un elemento común en las ideas de Dengo, a lo largo de distintos episodios de su vida: la concepción de la pedagogía como instrumental teórico de interpretación de la realidad social, y al mismo tiempo, como práctica para subvertir, desde la educación, aquellos aspectos de dicha realidad que impiden o detienen el bienestar del individuo y de las grandes mayorías.
Dengo creía que el maestro, el docente, no podía estar “en el Olimpo como los dioses”, sino “por los caminos de su patria […] bajo los aleros de la aldea rodeado de campesinos o en las esquinas de la ciudad ayuna de pórticos majestuosos”, dialogando siempre “con el pequeño escolar, con el humilde trabajador, con el campesino de mano firme, con la joven colegial, con el maestro, con el togado, con el reportero cazador de noticia, con la madre de una niña que estudia en su escuela, con el gamonal de pueblo”[7].
Para Dengo, no era posible la educación ni la escuela entendidas como islas, desvinculadas del ambiente social, sino como constructoras de puentes con el resto de la sociedad. Y en ese escenario, atendiendo la finalidad de colectiva del hecho educativo, el maestro debía cumplir una tarea de primer orden: “Preparar al hombre para el cumplimiento de sus deberes en el campo que cada cual debe cultivar particularmente y prepararlo para la siembra, el cultivo y la recolección, en el inmenso lote de actividades y aspiraciones que al conjunto como conjunto le corresponde”[8].
Una última escala en este breve recorrido por la historia de las ideas pedagógicas latinoamericanas nos ubica en la América del Sur de la segunda mitad del siglo XX, cuando, en medio de las distintas formas de explotación propias del sistema capitalista mundial –la acumulación por desposesión, la alienación, el analfabetismo, las brutales desigualdades sociales, el colonialismo interno y el desarrollo subdesarrollante-,  emerge una corriente nueva, liberadora, en las ciencias de la educación: la pedagogía del oprimido del brasileño Paulo Freire (1921-1997).
En una de las épocas más convulsas de la historia contemporánea de la región, Freire desarrolla una pedagogía de la resistencia a la opresión. Además, con Freire y sus ideas pedagógicas  la condición del educador, el ser docente, se coloca en un nuevo plano como agente de las transformaciones sociales y de la liberación humana, en especial de los grupos sociales tradicionalmente oprimidos.
En Pedagogía del oprimido, Freire sostiene que el docente necesario para nuestra América es aquel que dialoga y que realiza la docencia en el diálogo; dialogando, a su vez, ayuda a los otros a crear las condiciones para el reconocimiento de su condición de oprimidos para abrir, juntos, los caminos de su liberación, de su alfabetización, de sus posibilidades de ser, estar y decir su palabra en el mundo. La suya es la tesis del diálogo en la educación –y del diálogo de la educación- como práctica de la libertad. Es decir, se trata de una exigencia existencial, que debe formar parte del ser mismo del educador. Al respecto, decía el pedagogo brasileño: “El hombre dialógico tiene fe en los hombres antes de encontrarse frente a frente con ellos. (…) El hombre dialógico que es crítico sabe que el poder de hacer, de crear, de transformar, es un poder de los hombres y sabe también que ellos pueden, enajenados en una situación concreta, tener ese poder disminuido [9].
¿Por qué volver a las raíces del pensamiento pedagógico latinoamericano hoy, en el siglo XXI, en un mundo deslumbrado por el vértigo de la inmediatez y desprovisto de anclas con su pasado? ¿Será acaso un exceso de romanticismo latinoamericanista o, por el contrario, se trata de un imperativo que se desprende de las grandes tensiones culturales que recorren a nuestra región?
Si aceptamos, como sostiene Rolando Pinto[10], que uno de los grandes desafíos filosóficos y epistemológicos de nuestro tiempo es aprender a ser docentes situados en América Latina, entonces, el legado intelectual, ético y pedagógico de Simón Rodríguez, José Martí, Omar Dengo, Paulo Freire y de tantos otros personajes ilustres de nuestra región, constituye una fuente indispensable de conocimientos originales y creativos que nos permitirán comprender a cabalidad el rol del docente en la escuela latinoamericana del presente y del futuro.
Necesario es volver a ellos, estudiarlos, analizarlos y vivir sus ideas hoy.

NOTAS
[1] Pinto, R. (2012). Principios filosóficos y epistemológicos del ser docente. San José, C.R.: Coordinación Educativa y Cultura Centroamericana / SICA. P. 15.
[2] Galeano, E. (2002). Memoria del fuego. Las caras y las máscaras. México D.F.: Siglo XXI Editores. P. 161.
[3] Rodriguez. S. (1990). Sociedades americanas. Caracas: Biblioteca Ayacucho. P.180.
[4] Hart, A. (2000). José Martí y el equilibrio del mundo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. P. 138.
[5] Ídem., p. 136.
[6] Ídem, p. 136.
[7] Alfaro Rodríguez, M. y Vargas Dengo, M. (2009). “Semblanza y liderazgo de Omar Dengo: vigencia de su pensamiento”,  Revista Electrónica Educare, vol. XIII, núm. 1, junio, 2009, P. 157. Recuperado de: >

 

[8] ídem, p. 162.
[9] Freire, P. (2002). Pedagogía del oprimido. México D.F.: Siglo XXI Editores. P. 104.

[10] Pinto, op. cit. pp.134-135

Se conmemora el bicentenario de las primeras cartas magnas en América Latina y el Caribe: 1812-2012

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Del 11 al 15 de diciembre, se realizará en La Habana el Coloquio Internacional Bicentenario de las primeras constituciones latinoamericanas, que organiza la Sección Cubana de la ADHILAC, y cuyo objetivo es reflexionar sobre las constituciones y su papel en la historia posterior de América Latina.

 

Raquel Marreno Yanes / Granma
Sergio Guerra Vilaboy, historiador cubano
Este año conmemoramos el aniversario 200 de las primeras constituciones de los países latinoamericanos. Fue en 1812 cuando se aprobaron las cartas magnas fundacionales de las actuales repúblicas de Ecuador (Quito), el 15 de febrero; Colombia (Cartagena), el 15 de junio; y Chile el 27 de octubre. Ello abrió el proceso de consolidación institucional de los nuevos estados como parte de la lucha por la independencia.
A propósito de estos acontecimientos, Granma conversó con el doctor Sergio Guerra Vilaboy, presidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC), quien, además, es el secretario ejecutivo del Grupo Nacional del Bicentenario de la Independencia de América Latina.
En Buenos Aires —explica—, el 8 de octubre de 1812, las tropas de José de San Martín derrocaron al gobierno moderado exigiendo “Independencia y Constitución”. Este proceso se inició en Caracas, el 21 de diciembre de 1811, con la aprobación de la Constitución de la República de Venezuela, la primera en establecer un estado independiente.
Según precisa este historiador, la Constitución de Cádiz (España), proclamada el 8 de junio de 1812 con la presencia de diputados hispanoamericanos, tuvo gran impacto en el proceso emancipador y constitucional de Nuestra América.
La constitución de Cádiz tuvo gran impacto en el proceso emancipador de Ámerica y especial significado para Cuba. No obstante —aclara—, el proceso constitucional desarrollado en los territorios hispanoamericanos a partir de entonces, estuvo precedido por la puesta en vigor de las constituciones de Haití, que recogían, entre otras avanzadas disposiciones revolucionarias, el fin de la esclavitud.
Refiere Guerra Vilaboy que la del 8 de julio de 1801 consagró a Toussaint Louverture como la principal figura de la Revolución Haitiana, y la del 20 de mayo de 1805, que bajo la dirección de Jean Jacques Dessalines creó el primer estado independiente de Nuestra América y le permitió a Bolívar calificar a Haití como la “nación más democrática del mundo”.
Estos son algunos de los motivos que explican la realización del Coloquio Internacional Bicentenario de las primeras constituciones latinoamericanas, que organiza la Sección Cubana de la ADHILAC de conjunto con el Grupo Nacional Cubano del Bicentenario, adscripto al Ministerio de Cultura, y con el coauspicio de la Unión Nacional de Juristas y la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, entre otras instituciones.
El historiador puntualiza que el evento, previsto del 11 al 14 de diciembre próximo, en la capital, tiene entre sus objetivos reflexionar sobre las constituciones y su papel en la historia posterior de América Latina.

Además, pretende no solo analizar el significado de las cartas magnas primigenias de nuestros pueblos, sino también valorar las que entraron en vigor después, incluyendo las que hoy sostienen los procesos de cambio en varios países de Nuestra América.

Indígenas americanos y mentalidad colonial

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A pesar de todo lo denostados y vilipendiados que han sido, los indígenas son, hoy por hoy, de los pocos que tienen una concepción de mundo y de organización social que puede presentarse como alternativa a la civilización occidental en crisis.

 

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Los pueblos indígenas: protagonistas del proceso
de cambio en Bolivia y nuestra América.
Los colonialistas vieron al “otro indígena” siempre, en todas partes del mundo, como alguien a quien podía cuestionársele su humanidad: o no eran seres humanos o lo eran de segunda categoría.
Aunque el colonialismo ha dejado de ser dominante en el mundo contemporáneo, la mentalidad colonial prevalece. En América Latina, después de la independencia, las élites criollas vieron al indígena como un problema: el problema indígena.
¿Cuál era el problema para estas élites dominantes? Cómo hacer para que el indio dejara de serlo y se transformara en otra cosa, más parecida a lo que ellos, los criollos, creían ser: similares a los europeos, física y culturalmente.
Para ello se plantearon varias estrategias. Una fue integrarlos a la cultura criolla dominante. Las políticas integracionistas hicieron carrera en América Latina bajo múltiples fachadas y la educación jugó un papel central en ellas. Bajo lemas altruistas como gobernar es educar, los sistemas educativos se convirtieron en verdaderas maquinas culturales que buscaron eliminar sus identidades “bárbaras” para modernizarlos y civilizarlos.
En última instancia, lo que se buscaba era tener una fuerza de trabajo con habilidades para impulsar el capitalismo y sus formas de vida.
Donde no se pudo “educar” se les marginó o eliminó. Campañas estudiadas hoy en día en las escuelas y colegios como gestas heroicas constructoras de nuestras naciones no fueron otra cosa que campañas destinadas a eliminar a las poblaciones indígenas.
La construcción de los Estados-nación latinoamericanos implicó la creación de “teorías” que justificaban esa marginación o eliminación de los indígenas. En Guatemala, por ejemplo, se inventaron la teoría de la degeneración del indio. Consistía en lo siguiente: los indígenas del presente, a quienes los sectores dominantes catalogaban de ignorantes, borrachos, sucios e indolentes, ¿cómo pudieron construir una civilización como la maya, que despertaba tanta admiración y que ellos mismos querían poner como fundamento de la nación? La respuesta fue “porque se habían degenerado”; es decir, en algún momento de su historia, posiblemente antes de la llegada de los colonizadores españoles, se habían transformado en otra cosa, quién sabe por qué, pero así había sido.
En el presente, esa mentalidad colonial no ha desaparecido. Ser indio es un estigma del que hay que tratar de lavarse. Una de las estrategias para alejarse de él es “mejorando la raza” mediante el mestizaje, o abandonando los rasgos culturales que los identifican, que es otra forma de “mejorarse”, solo que culturalmente. Han sido estrategias usadas para tratar de escapar de la discriminación y, muchas veces, de la violencia a la que son sometidos.
Pero esa situación está cambiando. Aunque la resistencia ha sido una constante a través de la historia, es posible que hoy sea más consciente, más visible y más reconocida. Tiene ante sí una ardua tarea, porque si algo es difícil de cambiar en las sociedades humanas es la forma de pensar, sobre todo cuando, como en este caso, sirve para justificar la dominación de unos sobre otros y, por ende, privilegios y prebendas.
Ya lo vimos en Bolivia, cuando los cambas santacruceños estallaron en ira y no vacilaron en intimidar y humillar con afán de hacer prevalecer su supuesta predominancia racial. Ya lo vimos en Guatemala, en donde en los años 80 aplicaron la política de tierra arrasada que despareció de la faz de la Tierra cientos de aldeas y asesinó a miles de indígenas.
A pesar de todo lo denostados y vilipendiados que han sido, los indígenas son, hoy por hoy, de los pocos que tienen una concepción de mundo y de organización social que puede presentarse como alternativa a la civilización occidental en crisis.

Tal vez el calendario maya tenía razón y estemos en el inicio de una nueva era.

Radios comunitarias en Brasil piden despenalizar emisoras de baja potencia

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En Brasil, existen actualmente más de 4.000 radios comunitarias en funcionamiento. Si se contabilizaran también las emisoras que operan sin autorización, esa cifra aumentaría drásticamente. El proceso de entrega de licencias, no obstante, es lento: en algunos casos, la espera fue de casi 10 años. Por eso, no son raros los casos como el de José Eduardo Rocha Santos, propietario de una radio comunitaria en el estado de Sergipe, que fue condenado a dos años y medio de prisión por operar de manera ilegal.

De acuerdo con el presidente nacional de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (Amarc-Brasil), Arthur William, uno de los primeros pasos hacia una legislación que valorice las radios comunitarias en Brasil es la despenalización de la transmisión de emisoras de baja potencia. En entrevista telefónica con el Centro Knight para el Periodismo en las Américas, William explica los principales problemas que enfrentan las radios comunitarias e independientes en el Brasil de hoy y su importancia en el derecho a la comunicación, y algunos ejemplos de otros países del continente.

¿Cómo evalúa la legislación brasileña sobre las radios comunitarias hoy en día?. ¿Ha habido alguna evolución en los últimos años?
La legislación brasileña sobre radios comunitarias es anticuada y conservadora, establecida en 1998, en una época de privatización y debilitamiento de los movimientos sociales. Por esa ley, una radio comunitaria debe tener muy baja potencia (25 vatios) y un alcance no mayor de 1 Km a la redonda. La legislación, tampoco permite la publicidad en las radios comunitarias, ni ofrece alternativas de financiación. En 2011, se aprobó una norma que actualizó los peores apartes de la ley de 1998 (Decreto 462). Pero como dicha Ley es por sí injusta, la actualización de la misma también lo es, pues enfatizó sus peores apartes. Por ejemplo, la legislación descalifica automáticamente cualquier radio que transmita sin licencia y, sin embargo, el proceso de concesión de radios comunitarias es lento y burocrático, llegando a veces a durar más de 10 años. Y si en ese tiempo, la radio sale al aire, es automáticamente descalificada del proceso de legalización.

¿Qué se puede hacer para mejorar esta situación y hacer que el proceso de legalización sea más eficiente?
Hay una propuesta en el Congreso para despenalizar las transmisión con frecuencias por debajo de los 100 vatios: esto es un ejemplo de mejora, ya que en Brasil, hoy en día, cualquier persona que transmite con una frecuencia por encima de los 25 vatios, incurre en un delito. Otra propuesta que está siendo evaluada por el gobierno, elaborada por la presión de las radios comunitarias, permitiría la publicidad comercial en ellas, pero sin la posibilidad de establecer precios ni condiciones de pago. De aprobarse esa propuesta, también ampliaría su alcance a las radios comunitarias para la extensión de las comunidades, sin una amplitud fija de 1 Km de alcance. Con respecto al financiamiento, es preciso que este sea garantizado con un fondo público o con el porcentaje de algún impuesto.

¿Cómo analiza la posición y el papel de la Agencia Nacional de Telecomunicaciones (Anatel) con respecto a las radios comunitarias?
La función de Anatel es supervisar y reglamentar, pero con relación a las radios comunitarias, esto solo se hace por medio de la policía. Anatel no ofrece financiamiento, no orienta, no ayuda en el proceso burocrático de legalización. Un ejemplo de las funciones de Anatel fue cuando trató de cerrar la radio Cúpula dos Povos -Cumbre de los Pueblos- [radio independiente administrada colectivamente por diversos movimientos sociales, incluyendo la Amarc, que se desarrolló durante la Cumbre de los Pueblos, un evento paralelo a Río +20, celebrado en el Aterro do Flamengo en la Río de Janeiro]. Anatel intentó cerrar la radio y acabar con la transmisión con ayuda de la policía militar, pero logramos evitarlo. En muchas partes de Brasil, Anatel terminó siendo influenciada por poderes políticos locales que persiguen a las radios comunitarias, especialmente durante los períodos electorales. Muchas de estas radios terminan sirviendo a los intereses de grupos políticos o religiosos.

¿Existen casos exitosos en las Américas que pueden servir de ejemplo para Brasil?
La realidad de la radios comunitarias en América Latina, de manera general, es muy similar a la de Brasil, pero algunos países han modificado sus leyes para que las radios comunitarias e independientes sean valoradas como corresponde. Argentina, por ejemplo, dividió su espectro electromagnético en tres partes: emisoras estatales, emisoras privadas con fines de lucro (a las que llamamos comerciales) y emisoras privadas sin fines de lucro. Entre estas últimas se encuentran las emisoras de las comunidades indígenas, sindicatos, movimientos sociales y las radios comunitarias e independientes. El gobierno argentino también ofrece un porcentaje de la publicidad estatal para esas emisoras. Este tipo de posturas valoriza las radios independientes y comunitarias. Chile también aprobó recientemente una ley que despenaliza la transmisión por frecuencias de baja potencia. Brasil está en contravía de esas iniciativas: hay que estar en sintonía con el resto de las Américas.

¿Cómo define usted una radio comunitaria y cuál es su importancia para Brasil?
Una radio comunitaria, para mí, es un complemento de la comunicación. La radio comercial busca dinero; la radio pública tiene programación cultural y educativa, pero sin mucho contacto con las comunidades. La radio comunitaria, a su vez, está hecho por y para la comunidad, conoce sus problemas, las noticias más importante para ella, divulga su cultura, su música y ayuda a desarrollar la economía local. Es por eso que, dicho sea de paso, queremos contar con permisos para transmitir publicidad por las radios comunitarias. Las radios comunitarias pueden conectarse con su propia comunidad: con campañas de vacunación, de salud, movilizar a la población, etc.

Partidos políticos y dinero

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sábado, 4 de agosto de 2012

En países como los latinoamericanos, privilegiar el financiamiento  privado ahonda más lo que ya estamos observando: campañas multimillonarias de fuentes oscuras y hasta ilícitas, poderes ocultos que resultan determinantes, corrupción incontrolable, anulación de lo público ante lo privado, grandes medios de comunicación enriquecidos por una política televisiva y radiofónica que privilegia las guerras de lodo.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
En un contexto  en el cual  el sector  más desprestigiado desde hace muchos años en América latina son los partidos políticos y la clase política, el tema del financiamiento de los primeros  ha cobrado importancia. El argumento que escucho frecuentemente en los medios de comunicación electrónicos y escritos, es que los partidos políticos no deben recibir  subsidios estatales para  realizar sus funciones porque los contribuyentes no debemos  estarles pagando a una bola de zánganos. Y hay que reconocer que el argumento tiene consistencia: los partidos en mi experiencia se han convertido en grupos de interés cada vez más alejados de los intereses de los ciudadanos. Sus dirigencias tienen su principal interés en conservar cotos de poder, influencias y dinero. Los partidos han dejado de ser lo que eran antaño: agrupaciones  articuladas ciertamente en torno a intereses económicos y sociales  y por ello mismo articulados en torno a intereses políticos e ideológicos. Comparemos a los grandes partidos de la Guatemala de hace 50-60 años con los actuales y veremos claramente la diferencia. La ultraderecha anticomunista contaba con el Movimiento de Liberación Nacional, el pensamiento social cristiano tenía a la Democracia Cristiana, la socialdemocracia tenía una vertiente de derecha en el Partido Revolucionario y una de centro izquierda en la Unidad Revolucionaria Democrática y sus siglas sucesoras. Finalmente en la clandestinidad y fuertemente reprimido, el comunismo se agrupaba en el partido Guatemalteco del Trabajo.
¿Cuál es la ideología de los partidos políticos  en la Guatemala de la primera década del siglo XXI? Más allá  de los lugares comunes del neoliberalismo, los partidos políticos son grupos de interés que tienen por fin llegar a gozar cuatro años de las arcas nacionales, los grandes negocios y después disolverse. Es el caso guatemalteco uno paradigmático de la debilidad del sistema de partidos políticos con casos extremos de volatilidad partidaria y transfuguismo parlamentario: en el mejor de los casos los partidos crecen, se desarrollan, gobiernan, son derrotados y después se disuelven. He allí el ejemplo de  la Unión Nacional de la Esperanza  quien  en las elecciones de 2012 obtuvo 48 escaños y ahora tiene solamente siete. El oportunismo que nace de las identidades partidarias débiles se muestra en Guatemala de una manera patética: de 158 diputados electos, 64 se han cambiado de bancada en los últimos 6 meses. Estos diputados son verdaderos impostores que traicionan el voto que los eligió.
La pregunta entonces es ¿vale la pena que el Estado financie a este grupo de oportunistas y a menudo corruptos políticos? ¿No sería mejor que el dinero de los contribuyentes se fuera para otro lado y que los partidos se rascaran con sus propias uñas? Pese a mi pobre opinión sobre la clase política y sus partidos, creo que el financiamiento privado vuelve más calamitosa esta situación. Un ejemplo prístino de esto se puede ver en lo que hoy está sucediendo en Estados Unidos de América con dos grandes partidos enormemente consolidados. Después de la decisión de la Corte Suprema de Justicia del 10 de enero de 2010 de declarar inconstitucional la prohibición de que grandes corporaciones privadas financiaran campañas políticas, han surgido los “super PAC’S” (Super Political Action Comittes) que son organizaciones privadas que financian campañas electorales principalmente presidenciales. Estos Súper Comités de Acción Política que ya existían antes de que se los declararan constitucionales, ahora prácticamente dominan  la vida de los partidos Demócrata y Republicano porque en un contexto en el que la política es cada vez más cara, quien pone el dinero es el que manda. En 2000 los “super PAC’S” metieron en las campaña presidencial casi 115 millones de dólares; en 2004 más de 192 millones de dólares; en 2008, poco más de 1,208 millones de dólares. Ahora con la decisión de la Corte Suprema de Justicia en marcha, en los siete meses transcurridos de 2012, la cifra asciende a casi mil millones de dólares y se calcula que en noviembre de 2012 cuando se celebren las elecciones presidenciales, la inversión habrá llegado a 2 mil millones de dólares (Salvador Capote, “La democracia en USA se fue a bolina”, Alai-Amlatina, 20/7/2012).
Aún partidos tan sólidos como los dos grandes partidos estadounidenses están perdiendo su autonomía ante la enorme cantidad de dinero que  les está llegando. Las grandes corporaciones hacen multimillonarias inversiones que cobrarán después con políticas públicas, concesiones, licitaciones a modo, etc. En países como los latinoamericanos, privilegiar el financiamiento  privado ahonda más lo que ya estamos observando: campañas multimillonarias de fuentes oscuras y hasta ilícitas, poderes ocultos que resultan determinantes, corrupción incontrolable, anulación de lo público ante lo privado, grandes medios de comunicación enriquecidos por una política televisiva y radiofónica que privilegia las guerras de lodo.
Y sobre todo que las elecciones son ganadas no por las mejores propuestas y los mejores candidatos, sino por aquellos que tienen más dinero. En conclusión, privilegiar el financiamiento privado de los partidos políticos es prostituir a la democracia.

Publicado por Con Nuestra América

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